Hay visitas inesperadas que, en lugar de tocar el timbre, atraviesan la verja a toda velocidad y desaparecen antes de que puedas ofrecerles un café. Eso fue 3I/ATLAS. En noviembre de 2023, los telescopios del programa ATLAS no captaron una simple mancha en el cielo, sino la pista fugaz de un viajero interestelar: un cometa que venía, literalmente, de otra estrella. El tercero en la lista de forasteros cósmicos que ha decidido —sin invitación previa— pasearse por nuestro sistema solar. Antes que él, solo 1I/ʻOumuamua (2017) y 2I/Borisov (2019) habían osado semejante osadía.
Y si bien a primera vista podría parecer “otro cometa más”, basta rascar un poco para entender que 3I/ATLAS no es cualquier bola de hielo: es una cápsula del tiempo arrojada desde los confines de la galaxia, un mensajero antiguo que viaja solo y sin equipaje emocional. Un náufrago cósmico, sí, pero con mucho que contar.

Una órbita que no vuelve
La evidencia de su exilio interestelar es matemática: su órbita hiperbólica, con una excentricidad de 1.036, no le permite volver. Es decir, vino solo para saludar —o quizás para espiarnos— y seguirá su camino sin mirar atrás. Llegó desde las inmediaciones de la constelación de Serpens, pasó cerca del Sol en junio de 2024, y ahora se encamina hacia Hércules. Irónico que su despedida sea en dirección al héroe mitológico: 3I/ATLAS, como Hércules, también parece condenado a una odisea eterna.
Los astrónomos creen que este nómada fue expulsado de su hogar por una danza gravitacional mal coreografiada: quizás un planeta gigante lo empujó, quizás una estrella cercana interrumpió su órbita. Lo cierto es que lleva vagando millones de años por el oscuro corredor entre estrellas. Y ahora que lo tenemos de paso, lo observamos con la misma mezcla de fascinación y sospecha con la que se mira a un desconocido que aparece en medio del desierto con ropa de otra época.
Hielo que canta
A diferencia de ʻOumuamua, ese cometa esquivo y de formas inquietantes que se negó a comportarse como tal (sin cola, sin gas, sin modales), 3I/ATLAS decidió mostrarse como un cometa de manual: polvo, gases y un núcleo helado de entre 1 y 3 kilómetros de diámetro. Nada de ocultar sus secretos. Hasta ahora. Veremos en diciembre, cuando esté más cerca de nuestro sol.
Lo interesante es que empezó a mostrar actividad a más de 4 unidades astronómicas del Sol, cuando otros cometas aún estarían en modo ahorro de energía. Eso solo es posible si su superficie está cubierta por sustancias volátiles como monóxido y dióxido de carbono, capaces de sublimarse con temperaturas bajísimas. Es decir, este cometa proviene de un lugar donde el frío hace que Siberia parezca Cancún.
Tal vez su cuna fue un disco protoplanetario externo en un sistema solar ajeno, donde los planetas aún eran polvo y promesa.
Composición familiar, origen lejano
¿Y qué hay en su interior? Las primeras observaciones espectroscópicas —gracias al VLT de Chile y al Telescopio Subaru en Hawái— revelaron que los gases de 3I/ATLAS no son radicalmente diferentes de los de nuestros cometas locales: agua, cianógeno, carbono. Lo sorprendente es, precisamente, lo poco sorprendente que resulta. ¿Será que el universo es más homogéneo de lo que creemos? ¿O simplemente aún no sabemos mirar lo suficientemente profundo?
Sin embargo, no todo es familiar. Hay indicios de posibles anomalías isotópicas, diferencias sutiles que podrían hablar de edades diferentes, de historias químicas escritas con otra caligrafía. Como si ATLAS hablara nuestro idioma, pero con acento.

Una carta estelar sin remitente
¿Por qué nos importa tanto un trozo de hielo interestelar? Porque cada uno de estos visitantes funciona como una carta sellada desde otro rincón de la galaxia. No podemos ir allí, pero ellos vienen a nosotros. Y si aprendemos a leerlos bien, pueden contarnos cómo se forman otros sistemas planetarios, cómo se comportan sus cometas, y tal vez —solo tal vez— si la vida también podría surgir más allá de nuestras coordenadas.
De hecho, algunos científicos ya se atreven a pensar en grande: si estos objetos son comunes, ¿acaso podrían haber transportado compuestos orgánicos entre estrellas? Bienvenidos a la panspermia interestelar, esa vieja teoría que suena a ciencia ficción pero que empieza a parecer, como mínimo, plausible.
Más ojos, menos tiempo
El estudio de 3I/ATLAS, por supuesto, ha sido una carrera contra el tiempo. Su visita es breve, su velocidad alta, y su tamaño, enorme. Los astrónomos han tenido que movilizar lo mejor de su arsenal: SOAR, Gemini North, Hubble, James Webb. Una campaña observacional global que bien podría parecer una operación militar… si no fuera por lo poético del enemigo. Cuando esté más cerca de nuestro planeta, no podremos verlo por estar detras de nuestra estrella.
Y aunque 3I/ATLAS no podamos estudiarlo como deberiamos, se tiene muchos datos que procesar, gráficos que interpretar, misterios que desmenuzar. Con suerte, cuando la ESA lance su misión Comet Interceptor en 2029, estaremos mejor preparados para recibir al próximo huésped intergaláctico.
Epílogo para una visita sin invitación
3I/ATLAS no se quedará a cenar, pero su paso dejara migas de conocimiento. En un cosmos donde todo parece lejano y eterno, este cometa nos recuerda que incluso en la vastedad, hay encuentros. Que incluso en el silencio cósmico, hay mensajes. Y que, aunque vivamos bajo la ilusión de un sistema solar cerrado, la frontera es más porosa de lo que nos gustaría admitir.
En el fondo, estudiar a 3I/ATLAS es como encontrar una botella con un mensaje en la playa. No sabemos quién la lanzó ni cuándo, pero sí sabemos algo: alguien estuvo allí, en otro lugar, bajo otro sol. Y eso, ya es extraordinario.